Fin de fiesta
‘Fandangos y tonadillas’ une talentos de la CND y el CNTC, en una delirante puesta en escena que reinventa en nuestros días el siglo XVIII madrileño. Así lo vimos…
Lo que sigue es una curiosa propuesta escénica literalmente trasnochada e intencionadamente grandilocuente que, sin decantarse por ser teatro, coreografía ni ópera, lo es todo a la vez.
Textos delirantes, recitales bufonescos, canciones con recordatorios muy reales de las penurias del artista del siglo XVIII cuando cerraban los teatros (la tonadilla Arbitrio para comer, de Pablo Esteve, momento brillante de la velada) y aquel “volveremos en marzo si estamos vivos”, son guiños, qué duda cabe, a nuestra extraña situación actual, en pleno siglo XXI.
RESEÑA
SUSY Q | 17/01/2021 | Omar Khan
Esto empieza cuando la fiesta ha acabado. Aquí los protagonistas son los negacionistas, esos impertinentes que quieren más y rehúsan reconocer que todo terminó. Lo que sigue es una curiosa propuesta escénica literalmente trasnochada e intencionadamente grandilocuente que, sin decantarse por ser teatro, coreografía ni ópera, lo es todo a la vez. Fandangos y tonadillas, que se ha estrenado ayer en el Teatro de La Comedia después de las ya tristemente usuales cancelaciones y bailes de fecha y hora [se verá hasta hoy domingo], tiene en la arbitrariedad a la hora de mezclar y combinar géneros, épocas, estilos, trajes, atrezzo, modos y costumbres, su principal atributo.
La propuesta, a modo de cabaret bufo barroco, supone la alianza de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y la Compañía Nacional de Danza, las cuales a su vez convocaron talentos muy diversos: Laura Ortega en la dirección escénica, Alicia Lázaro en la dirección musical y Mar Aguiló y Pau Arán para las coreografías.
Falso italiano
Aunque usa como hilo conductor argumental El italiano fingido, de Ramón Soler, importa más lo que no es acción. Textos delirantes, recitales bufonescos, canciones con recordatorios muy reales de las penurias del artista del siglo XVIII cuando cerraban los teatros (la tonadilla Arbitrio para comer, de Pablo Esteve, momento brillante de la velada) y aquel “volveremos en marzo si estamos vivos”, son guiños, qué duda cabe, a nuestra extraña situación actual, en pleno siglo XXI.
Cantada, actuada y bailada, la propuesta es una amalgama, no siempre cohesionada, que parece querer subrayar los lejanos primeros síntomas del devenir de nuestro arte escénico contemporáneo, rastreándolos en la música y modos teatrales del Madrid del XVIII, en el que los entremeses, ahora lo sabemos, eran heraldos de nuevas formas. De allí que la danza, creada a cuatro manos por la coreógrafa y bailarina Mar Aguiló y Pau Arán, que integró la compañía de Pina Bausch, no intente (por fortuna) hacer arqueología ni reconstrucciones sino que consigue insertarse en este contexto fingidamente barroco salpicado de anacronismos (¡esa bola discotequera de los ochenta!) como expresión de nuestros días ya plenamente desarrollada, siendo destacable el trío del Fandango, de Boccherini. Un placer reencontrar en escena a bailarines históricos de la CND como Yoko Taira, Isaac Montllor o la misma Aguiló. No pasa inadvertida, por delirante y graciosa, la participación protagonista de ese magnífico actor y cantante con registros de caricatura que es Ángel Ruiz.
ENLACES
Reseña en SusyQ, Revista de danza: Fin de fiesta